La alimentación de la comunidad es un motor esencial para la economía de la ciudad. Sin embargo, las actividades del proceso productivo de los alimentos, su desperdicio y logística son responsables de una gran cantidad de emisiones de efecto invernadero.
Actualmente un tercio de la producción mundial de alimentos se pierde o desperdicia[1] . La huella de carbono de la producción de estos alimentos que no se consumen se estima en 3.300 millones de toneladas CO2 equivalentes de gases de efecto invernadero liberados a la atmósfera por año. Según el estudio de Confederación Española de Cooperativas de Consumidores y Usuarios (HISPACOP) y avalado por el Instituto Nacional de Consumo (INC) (2013) el desperdicio promedio por hogar de España es de 1,3 kg/semana. Es decir, los hogares españoles desperdician 1,5 millones de toneladas de alimentos al año.
Fuente: Gobierno de España
Tomar conciencia de esta situación y del valor de los alimentos es el primer paso en la solución. Para esto es preciso acelerar la transición de la forma de producción lineal de los alimentos hacia una circular tanto en el ámbito de la industria como del consumo.
Este cambio de foco debe abordarse también desde la promoción del agregado de valor en origen. La transformación de las materias primas de productores locales puede construir nuevas oportunidades para la generación de puestos de trabajo, el aprovechamiento de nuestros recursos y el ahorro de toneladas de emisiones de transporte y logística.
Debemos explorar el potencial de volver nuestra alimentación más sostenible y arraigada al territorio. Se trata de promover el consumo de alimentos locales, preservando la calidad a la cantidad, promover métodos ecológicos de producción, que estén en equilibrio con el planeta, la biodiversidad y el compromiso ético.